martes, 30 de diciembre de 2008

Marraja






Esta es Marraja. Y la que hay detrás, su madre, Brisa. Marraja es nuestra "niña". Es el capricho de todos quienes formamos la Familia del Caballo del Picadero Pascualón. Y lo es por muchas razones: porque su padre, Descarado, es el semental preferido del picadero -un auténtico pura raza español-; porque su madre es una de las yeguas más nobles, listas y valientes que ha trotado por las sierras de Moratalla; porque su dueña, Nieves, le ha enseñado a no tener miedo de las personas y le ha alimentado la curiosidad -y también la panza, con kilos y kilos de zanahorias-; y porque nació prematura, un mes antes de lo previsto. Cuando nació era tan pequeña que nuestros perros eran más grandes que ella (bueno menos mi Nico que era un caniche con mil leches de pedigrí).




Llegó de madrugada, como suele ser habitual en estos animales. El instinto "maternal" de su dueña y la presencia vigilante de Pascual -el dueño del picadero- le salvaron la vida, ya que nació con una pequeña inflamación en la garganta que le impedía tragar la leche de su madre. Fueron unas horas críticas en las que se temió lo peor, pero finalmente con la ayuda del veterinario la pudieron salvar. Aún así los primeros días eran muchas las personas que no daban un duro por ella. Y ahora, ocho meses después, faltan dedos en las manos para contar los pretendientes que tiene Marraja. Pero tanto ella como su dueña son inmunes a las ofertas, por fortuna para todos los que nos hemos encariñado con esta potrilla y disfrutamos viéndola. Y somos un puñado.







Brisa y Descarado, concibiendo a Marraja


Nieves "consolando" a su niña



Marraja recién nacida


Con dos meses


viernes, 12 de diciembre de 2008

El Belenes se escapa del chapuzón




Volvíamos de un almuerzo ecuestre en la poza de Somogil cuando tomé esta foto. Íbamos a la altura del camping La Puerta y Juan el Belenes me propone cruzar el río Alhárabe mientras los demás aprovechaban para refrescar los caballos en la zona menos caudalosa. Le digo que después de él, que para eso es el guía, y él que aunque prudente no se amilana -y menos si el reto viene de una mujer- se pone a vadear el cauce sin percatarse de que bajo la corriente se escondía una poza de más de un metro de profundidad. Es en ese momento cuando su caballo, Galán, apoya en falso los cuartos delanteros y se impulsa con los traseros para escapar del agua. El movimiento fue tan rápido y brusco que El Belenes perdió el equilibrio durante un instante, pero consiguió mantenerse sobre la montura. Salió airoso y seco del reto, y yo cruce por otro lado.



Somogil