lunes, 21 de septiembre de 2015

Descubriendo Moratalla: De la aldea de Charán a la cueva de las Hermanas Navarro

Adentrarse en el territorio natural de Moratalla es viajar en el tiempo. Sobre todo si lo haces de la mano de Cristina Sobrado y Jesús Rodríguez, dos apasionados del patrimonio natural, geológico e histórico y aventureros incombustibles. Hace cinco años decidieron poner en marcha en colaboración con la Oficina de Turismo de Moratalla el programa de rutas ‘Descubriendo Moratalla’ para acercar a los aficionados al senderismo y la naturaleza parajes, tierras y cuevas conocidos, si acaso, por algunos lugareños. Ayer iniciaron la décima temporada. Y lo hicieron por todo lo alto.
Nos llevaron hasta la aldea de Charán, situada en la parte alta de Benizar. Al pie del collado de La Molata se conserva este pequeño conjunto de casas que algunos enamorados de la zona están rehabilitando con verdadero mimo. Desde el enorme nogal que adorna la aldea comenzamos a caminar
hacia el Barranco del Agua en busca de apriscos –corrales de piedra- de ganado y de los restos de antiguos asentamientos donde el hombre vivía aprovechando el abrigo de las pequeñas cuevas que salpican ese terreno. Después de refrescarnos en nacimiento natural de agua, conocido como la Fuente de las Yeguas –ahí estaba yo en mi elemento- nos llevaron por un impresionante páramo de piedra sobre el que crece un bosque de Sabinas Negras hasta la Cueva de las Hermanas Navarro, “una diaclasa de desarrollo horizontal con abundantes espeleotemas” –todas estas palabrejas son de Cristina y Jesús (si las tuviera que pronunciar yo me haría un esguince de lengua, fijo).
La visita a la cueva fue la guinda a la ruta. Adentrarse en ella era como volver a la Madre Tierra. Un seno fresco y húmedo, pero con tierra caliente. Plagado de curiosas y sorprendentes formaciones creadas por la sedimentación de agua y minerales. La galería principal parece que tiene un pequeño altar, presidido por una columna –creada al entrelazarse las estalacmitas y estalactitas-. A mí me llamaron especialmente la atención unas formaciones blancas que se crean por lo que llaman “leche de luna”. Una maravilla.
Disfrutas por lo que ves, por lo que hueles, por lo que pisas, por lo que haces. Pero sobre todo porque te sientes segura. Porque sabes que vas con personas que conocen el terreno a la perfección que saben hasta donde puedes entrar y encima te acompañan hasta el final.
Al recorrer las entrañas de esta cueva vuelves a ser niño. Al menos yo me sentí así. Disfruté como un bebe cuando aprende a gatear y explorar el mundo. Me faltó decir “bubu”.

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