jueves, 13 de agosto de 2015

Adicta a los abrazos

Soy adicta a los abrazos. Estoy enganchada a ellos. Son mi droga. Me provocan subidones, me dan marcha, me evaden, me calman, hacen que me olvide de lo feo, hacen que vea el mundo de colores… Y si paso un día sin recibir-dar uno, me entra mono. Entonces me meto en la cama y abrazo la almohada. Eso es raro que pase porque tengo la fortuna de vivir rodeada de seres que me dan afecto. Personas y bichos.

Hay días que me encierro en mi isla y no me cruzo con ningún humano, pero  esos días no me  falta mi dosis de abrazos. Tengo incluso sobredosis. Mis perros y caballos son verdaderos maestros de los abrazos. Los perros me envuelven con sus patas o directamente se me tiran encima, en plancha. Las yeguas y mula colocan su cabeza en mi pecho o enroscan su cuello alrededor de mi cuerpo. Y, entonces, yo me derrito. Me hago un charco.

Te voy a confesar una cosa soy adicta a los abrazos  desde que conocí a la persona que da los mejores abrazos del mundo.  Está ergonómicamente diseñada para dar abrazos. Tiene unos brazos  muy largos, capaces de envolver cualquier cuerpo. Brazos suaves y calentitos. Te rodea con ellos y el tiempo se para. Todo desaparece. Sólo existe ese lugar en el mundo. Te abraza cuando llegas, cuando te vas. Cuando menos te lo esperas va y te hace un lazo con sus brazos. Es mi Yeni –nombre en clave-. Con el tiempo he descubierto que el Arte de dar Abrazos le viene de familia. Es genético. La madre, las hermanas, hermano, cuñado, sobrinos y hasta perros dan unos abrazos de esos que si no fijas bien las piernas en la tierra cuando te sueltan, te caes al suelo.

Creo que he desarrollado un don desde que empecé a coleccionar abrazos: atraigo a personas expertas en abrazos. Tengo una amiga que da abrazos osito de peluche. Son suavecitos y achuchables. Otra, que cuando te suelta crees que te has tomado un Redbull, de la energía que te mete en el cuerpo. Una tercera que a la vez que te abraza ronronea como un gatito…Y así, varias. Y todas dan abrazos diferentes, como los perfumes.

Hay dos realmente excepcionales. La infalible, la que siempre que necesitas un abrazo, viene. Coge el coche y se te planta delante y te lo da. No se mueve ni un centímetro hasta que te nota segura. Y está la que te abraza desde la distancia con palabras, con música, y que cuando te ve te abraza como si fueras la única persona que le importa en el mundo. Son abrazos casa. Abrazos rescate. Abrazos que salvan. Abrazos que hacen no querer soltarte nunca, donde sientes que aunque todo vaya mal, ahí apretada, estás bien. Muy bien.

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