Cuando sonríe se enciende el mundo. Incluso de noche. Su
sonrisa es el faro de Alejandría en la negrura. Da igual lo mal que estés, ves
esa sonrisa y empiezas a calmarte. Su
sonrisa me afecta igual que la luna a la marea. Es así. Exactamente así. Cuando
desaparece, cuando llevo días sin verla hay oleaje en mi interior. En el
momento que la veo aunque sea de lejos, en la distancia, en una foto, vuelve la
tranquilidad. Todo está como tiene que estar.
Sonríe con cualquier detalle. No lo puede evitar. A veces es
una sonrisa tibia, en la que levanta solo un poquito el extremo de los labios.
Pero casi siempre sonríe a lo grande, exhibiendo todos los dientes. Todos blancos,
todos bien colocaditos. Parece un anuncio de dentífrico. Casi siempre sonríe en
silencio, pero a veces remata con una carcajada fresca. Todas son contagiosas.
Es inevitable verlas y no sonreír. Imposible del todo.
Sonríe con la boca y con los ojos. Con todo a la vez. Cuando
en sus labios comienza a dibujarse una sonrisa, sus ojos se entornan, suavizan
su color y brillan más. Su mirada adquiere el color y la textura de la miel líquida recién
recolectada del panal. Todo un espectáculo. Verlo en directo es como tomarse
una taza de chocolate caliente una fría mañana de domingo. Te calienta el
cuerpo y te reconforta el alma.
Da igual donde esté. Da igual el tiempo que pase, yo sé que seguiré
necesitando la droga de ver su sonrisa.
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