
Cada madrugada cuando nota que recupera fuerzas y siente que
sus alas empiezan a soldar, regresa a la jaula. Cierra la puerta y, dócil, se coloca
dos pesadas cadenas en las alas. Cada
día quiere ir a buscarla, pero las cadenas lo impiden. Se pasa todo el día tirando
de ellas mientras ruge de impotencia. Y así es cada día desde que ella le pidió
que se alejara, porque tenía miedo de que le hiciera daño. Él obedeció. No se
acerca a ella para no herirla. No quiere que tenga miedo. Él quiere que ella
sea feliz. Que disfrute la vida. Que sea libre.
Él es un dragón enamorado de una princesa.
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